viernes, 15 de mayo de 2015

Lo Que El Río Se Llevó.- Capítulo 3




Mientras me alejaba, notaba como el joven clavaba su mirada en mi espalda. Y también me pareció escucharle decir "Nunca se sabe, señorita..."

Sacudí mi cabeza, seguro que eran imaginaciones mías. Ese muchacho era un arrogante, sinvergüenza, y sobretodo un irrespetuoso.

- Elicia, ya hemos llegado a la iglesia, deberíamos ir entrando.- me avisó Catalina sacandome de mis pensamientos.

- Es verdad, vamos.


Una vez dentro de la iglesia nos dirigimos al banco donde estaba sentada mi madre.Quién tenía el ceño fruncido, supe que estaba molesta. Suspirando, me senté junto a mi madre.

- ¿Se puede saber dónde estabas, Elicia?

- Lo siento madre, pero...

- Nada de peros, y ahora silencio que el padre Mamerto va a dar inicio la misa.


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Después de la misa, mi madre se fue a confesar mientras tanto Catalina y yo nos fuimos a pasear por la plaza del pueblo.

- Señorita, que le parece si nos acercamos a la confitería de Doña Tomasa a comprar unas pastas para el té.

-Buena idea.

Entramos a la confitería, inmediatamente un delicioso olor dulce entró por mis fosas nasales.

-Buenos días querida Elicia. ¿Qué va a ser esta vez?

-Buenos días Doña Tomasa, esta vez quiero 1 kilo de pastas de almendra, medio de piñones, otro medio kilo de chocolate, y....  20 magdalenas de chocolate, por favor.

-Pero señorita su madre le dijo que no tenía que comer tanto...

Doña Tomasa soltó una carcajada, y con una amable y cariñosa sonrisa dijo- Tranquila Catalina, siempre se puede esconder, además no es nada malo. Si quieres también te pongo 20 rosquillas para ti, invita la casa.

-Muchísimas gracias, pero prefiero pagarlo. ¿Cuánto es?

-No te preocupes, lo cargaré a la cuenta del Palacete Montalbán.

-Hasta luego, Doña Tomasa

-Adiós niñas.

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Salimos de la confitería y le entregué los dulces a Catalina.

- Catalina, lleva los dulces a casa y esconde las magdalenas y las rosquillas para que mi madre no las encuentre. Yo me quedaré en el pueblo.

- Ahora mismo, señorita Elicia.


Me dí la vuelta y me dispuse a echar un vistazo a un puesto de telas. Tal vez podría hacerme un vestido.
Observé las telas hasta que una color turquesa con bordados plateados me llamó la atención.
Hasta que una voz masculina me sobresaltó.

- Vaya, vaya, ya sabía yo que nos volveríamos a encontrar señorita. Y por lo que veo, apenas han transcurrido un par de horas.

Maldita sea mi suerte. ¿Qué hacía él aquí? ¿Acaso nos habría seguido? 

- ¿Qué hace usted aquí?

- ¿Acaso no puedo buscar un sitio en el que vivir? ¿O es que piensa que le he estado siguiendo, señorita?
¿Quiere usted que le vuelva a abrazar?

Ante este comentario no pude evitar sonrojarme. ¡Definitivamente era un arrogante! Cuando el muchacho vio mi sonrojo volvió a sonreír con sorna.

- Le pongo nerviosa , y no se atreva a  negarlo, señorita Orgullosa.

- Ese no es mi nombre, señor Arrogante

Él soltó una carcajada y me preguntó- Entonces, ¿cual es su nombre mi señorita?

-Me llamo Elicia Montalbán. Y no soy su señorita.

El muy infeliz seguía con su arrogante sonrisa plasmada en su cara.

- Yo soy Rubén Ribera, un placer señorita Montalbán.

Lo que no me esperaba es que me besara la mano. Me sonrojé de nuevo. Él rió suavemente, y conectó su verde mirada con la mía. Me quedé embobada mirándole por segunda vez en el mismo día.


                                                                     
                                                                                                Continuará...



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